"Enséñame un héroe y te escribiré una tragedia"
Francis Scott Fitzgerald
Acostumbrados a tanto sensacionalismo, tanta banalidad, tanta propagada, nos fuimos haciendo insensibles a las nada sutiles operaciones de prensa que nos asedian diaramente. Y esta insensibilidad vale en todo sentido, en ocasión de cualquier suceso. Sí, esta es otra nota sobre la mal llamada “gripe porciona” -Chascomús no podía ser menos que los medios de circulación masiva, y tampoco somos boludos: “¡Los barbijos venden ejemplares a lo pavote!” dijo mi canillita amigo-, pero lo que viene no lo van a leer en ningún lado.
Por Josephine N. Frost *
"El problema es la falta de información" diagnosticaba un martes por la mañana el Dr. Gregorio Alcain (médico psiquiatra) en América Noticias, y así asociaba la exagerada respuesta argentina a la epidemia de gripe N1H1 a las fallas en los modos y los contenidos de la información que circula. Alto. Repasemos un poco lo que se vio y oyó en los medios estas últimas semanas. Por primera vez (o entre las pocas ocasiones en que ha sucedido) los periodistas / canales / corporacionesnoticiosasdelmásallá hicieron un esfuerzo por desmitificar. Si uno presta atención, creo que pocas veces se vio en Argentina una cobertura tan somera y atinada de lo que se perfila -según la OMS- como un suceso de proporciones realmente míticas (la inminente y temida...¡Pandemia! Qué buen nombre para una banda de death-metal). Se informó a tiempo y de modo actualizado, se explicó la génesis del virus, los riesgos, los síntomas, las medidas preventivas. Se explicó también todo lo que no podía pasar (muertes en masa, contagio por comer carne de cerdo, secuelas irreversibles, transformación espontánea de niños en chanchitos...la lista sigue).
Ahora bien, si en general el alarmismo del público es reflejo del alarmismo de la prensa, o si es más bien a la inversa...es un tema que no pretendo resolver. A mi parecer, es como el dilema del huevo y la gallina. Tampoco me parece que elucidar esa cuestión resuelva mucho. Pero como alguien siempre tiene que dar el primer paso, reconocer desde ambas lecturas que esto es así (es decir, que es probable que un cambio por parte de los medios redunde en un cambio de la sociedad y/o viceversa, que es lo mismo que decir que entre medios de comunicación y sociedades hay relaciones de interdependencia, o de mutua influencia) es un buen modo de romper el hielo. Y, en principio, estar de acuerdo en que el alarmismo es totalmente ineficiente a los fines de mantener la salud -individual y comunitaria- también es un buen punto de arranque.
Dato para el lector desprevenido: yo no soy fanática de los medios monopólicos de información y noticias, pero en esta tengo que darles la derecha. Creo que fue una de las pocas veces que pude apreciar en vivo y en directo el peso (id est: el poder) contundente de los medios. Y donde digo «poder» puede leerse perfectamente «función de regulación social», sólo que en esta ocasión asistimos al espectáculo en su expresión más...bella (sí, la cercanía del apocalipsis nos permite la licencia poética): la función de pacificación. Eso hubiera dicho si -de hecho- la gente prestara atención e internalizara lo que se comunicó estas últimas semanas. Los resultados demuestran que algo en la cadena de transmisión falló y el “espectáculo en su expresión más bella” fue trunco.
De todos modos, haciendo gala de máximo espíritu diplomático, sugiero saltear el tema de las culpas y pasar al tema de los efectos. Dato: por una u otra razón "el público está alarmado", "la gente está nerviosa", "los argentinos tienen miedo" o su equivalente "aumenta la venta de barbijos y guantes". Y como buena sociedad consistente que somos, nos hemos puesto a la defensiva en todos los niveles que pudimos. Cerramos fronteras, apedreamos micros, segregamos a cualquiera que tenga la nariz irritada. Esto, señores, se llama "histeria colectiva". Es más o menos esperable en estas situaciones, pero -al igual que la N1H1- exige acción inmediata.
Un buen primer paso sería dejar de señalar acusadoramente (como hace el Dr. Alcain) y llevar adelante la difícil tarea de la introspección. Los ayudo: ¿Cuántos de ustedes sintieron auténtico miedo estas semanas al ver a alguien con barbijo? ¿Cuántos evitaron a los resfriados y estornudadores invernales de siempre? Ahora, ¿Cuánto de este alarmismo puede adjudicarse a los medios, y cuánto es endémico de la sociedad argentina de clase media? ¿No es acaso el alarmismo el síntoma de la obsesión consitutiva de la emotividad burguesa, de esta emotividad caracterizada por la necesidad de estar viviendo de modo permanente sucesos extraordinarios? Esta desesperación por ser parte de los eventos que transforman radicalmente el mundo, esta pulsión trascendentalista, ¿Nos empuja a reconceptualizar nuestra realidad en términos homéricos? Lo que quiero señalar es que hay gran ansiedad por parte de un grupo específico de individuos de ser parte de la historia, pero ¿A qué costo? La grandilocuencia narcisista no es novedad, pero quizás llegar al punto en que el afán de "ser parte" nos coloque como protagonistas del Apocalipsis ya sea demasiado muchachos. Ahora parece que el status depende del nivel de cercanía que uno tenga con un portador del virus...qué tremenda pe-lo-tu-dez.
En estricta línea grondonista, una reflexión final con alusión a algo clásico. En los grandes relatos épicos no hay lugar para que todos seamos héroes, pero todos somos protagonistas. Yo resigno feliz el papel de héroe a los infectólogos, a los médicos, a la OMS, a los cuidadanos que mantienen la calma, a los medios de comunicación que -como pocas veces, repito- escriben un guión de país y realidad plausible, vivible. ENTONCES, ¿De quién es la culpa? ¿Quién instauró la sensación de apocalipsis, de inevitable tragedia, de descontrol? Sé quiénes no fueron. Habrán de defenderse quienes se sientan tocados. Y sí señores, la carga de la prueba está (como suele estar, como creo que está siempre) en quienes se quejan al pedo, en los que atentan contra la paz, en los que rompen las pelotas con nimiedades. El equivalente médico (porque, aceptémoslo, a todos nos gustan las metáforas biológicas) sería un paciente que tiene un paro cardio-respiratorio en el instante justo en que se rompe una uña. Atención, que acá hay más de uno que llamaría angustiado a una manicurista.
* Media consultant, tenedora del secreto de la mousse de chocolate perfecta, polista amateur.
miércoles, 24 de junio de 2009
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